La Chilinga


Por Marcos Brugiati

Para plastica-argentina

Moverse al compás del tambor, reír y gritar. Descargar emociones que liberan. Crear un nuevo mundo de ritmo en donde no existan los unos, ni los otros. Este mundo algo utópico existe y se llama “La Chilinga”

Es una escuela de percusión y danza que se basa en transmitir y enseñar los diferentes ritmos afrolatinos. Nace en 1995, y es dirigida por el percusionista Daniel Buira -ex baterista de los Piojos-.

“Lo primero que se aprende es a trabajar en grupo, y eso ya es difícil, porque siempre hay gente que le cuesta relacionarse”, explica Juan Manuel sosa, docente de tres bloques tradicionales de batucada. Muchos de sus alumnos aprendieron a relacionarse por medio de los tambores. La complicidad entre ellos es inevitable, juntos logran descargar todas sus emociones, liberarse por un rato de las ataduras familiares o escapar de la rutina.
“Todo el tiempo se te acercan y te lo agradecen, o los ves que se abren más, se comunican más, se hacen amigos y hasta forman familias” cuenta Juan Manuel de 32 años quien dicta algunas de sus clases los días sábados en la universidad de Lanús. Las edades o el conocimiento previo no son límites para formar parte de la escuela. Se divide en varios bloques, allí los alumnos aprenden sobre percusión y diferentes ritmos como la rumba, la samba o el candombe, ritmos que llevarán a la práctica con la ayuda del profesor quien está al frente marcando las variantes de velocidad, los ritmos y movimientos.
De allí se han formando docentes. Abogados y doctores también cuelgan su ropaje de turno para alzar los tambores y tocar. El taller tiene una tarifa mensual de cuarenta pesos, una vez por semana dos horas. La escuela provee los tambores y da la posibilidad a sus alumnos para participar en otros talleres. Cada grupo de tambores crece y genera nuevas identidades. Se preparan para tocar en diferentes funciones y a fin de año hacen una caminata con más de 100 tambores.
Hay talleres gratuitos,”creemos que la educación de la percusión no es solo para aquellos que la puedan pagar” explica el profesor algo emocionado al describir las miradas de los chicos cuando ven llegar a los profesores con sus grandes tambores a los hogares o barrios carenciados, “para mí eso vale más que un show repleto”.
“Si un alumno no puede pagar un mes no se lo hecha” explica, éste puede aportar con el mantenimiento de los instrumentos, la venta en stands, etc.”Es un bajón decirle a un alumno que no venga más porque no pagó un mes”. La Chilinga es también una ONG que realiza tareas sociales, ayuda al que menos tiene y comparte la causa justa. No forma parte de marchas políticas, pero sí respeta las creencias o posición política de cada alumno. Comunicador y educador es la clave que afirma Juan Manuel cuando habla de su rol ante más de 70 alumnos bajo su dirección.

Los presos de Ezeiza cuentan con la Chilinga. Los profesores enseñan a los internos de baja peligrosidad a tocar los tambores y aprender los diferentes ritmos. Lo sienten como un escape, les dan ganas de vivir para algo. Esperan ansiosos el día para tocar el tambor y ser libres por un rato. Bajo custodias, permisos y papeles la Chilinga consiguió que muchos de ellos tocaran en vivo con otros bloques. El público no sabia nada, y tampoco la escuela lo remarcó, “si lo decías en vivo, más de uno habría cambiado la cara”. Muchos miran a un costado cuando se habla de internos. Piensan, ¡por algo está preso!- La sociedad impone y enseña muchas cosas pero “no te enseñan que ellos son personas”, concluye Juan Manuel Sosa.
Los alumnos, como Julieta o Ana del bloque I, afirman que la Chilinga se convierte para ellas “en dos horas de felicidad”, “es como una terapia. Te deshaogás”.

Después de pagar mi primer cuota me pongo a pensar, que rápido se logra la felicidad con tan poco.
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